Me gustaba sentir que estabas ahí
aunque no te viera
aunque no te tocara.
Aunque nos deseásemos de espaldas.
Me gustaba saber que pensabas en mí,
casi tantas horas
como las que yo te dedicaba.
Me gustaba pensar que eran míos tus
suspiros,
que me regalabas tus manos,
que deseabas fundirte en mi piel,
mi piel sufrida, cansada,
mi piel muerta.
Me gustaba creer que necesitabas mis
palabras
escritas, habladas, gritadas,
lo mismo que yo necesitaba las tuyas
para repetirlas una y otra vez
en mi mente perversa.
Me gustaba creer que algún día te
atreverías
a cumplir con tus deseos
que se convertían en los míos
cuando tú me los confesabas.
Llegué a creer que ibas a ser
valiente,
a pesar de que tus pasos
cada vez retrocedían más
en lugar de plantarme cara.
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