Ya comienza a formar parte de las rejas de su propia prisión.
Esclavo de las consecuencias de sus actos que atormentaban su
[cabeza
con un soplo de aire abrasador que le hacía sudar sus recuerdos
[gota a gota.
Cierra los ojos y sólo escucha el latido cada vez más débil
de aquellos a los que robó la vida.
Mató a muchos, a muchísimos.
Al vecino, a la panadera, a su médico de cabecera,
a su amigo de la infancia, a su primer ligue,
al segundo, al tercero.
A su madre, a su padre, a sus profesores,
a su prima la pequeña, a su canario.
Y a muchos más.
Los mató a todos. Todos yacen ahora bajo tierra.
Respira. Sólo puede oler sus cuerpos descomponiéndose.
También el suyo propio.
Se transforma en reja de acero.
Rígida, fría, inerte.
Él también está muerto.
Y los mató a todos.
Condenándose para siempre a vivir en su propia celda
construida por rejas de huesos
que crujen cada día más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario