Tan sólo se trataba de apariencias cuando gritaba ''me da igual'' si alguien más agrietaba mi cristal con una piedra. Fingía cada vez que un ladrillo huía de la insoportable presión de la pared o una teja se caía desde arriba buscando algo más tierno y agradable en el frío verde del césped. Actuaba como si nada estuviese ocurriendo cuando la casa me estaba devorando a gritos y me lanzaba sus despiezas mientras me escondía debajo de la cama para que no me matara. Me mostraba apática cuando alguien venía con pico y pala dispuesto a hacer reforma. Me dedicaba a observar cómo se iban destruyendo su propio entorno con las manos vacías y el sol quemándome la nuca sabiendo mejor que ellos que la comida sobre la mesa siempre se quedaría fría, y el refresco caliente. La televisión se quedaría encendida a la hora del telediario en compañía de un sofá vacío.
Y cuando llegase la hora de asumir la victoria del derrumbe, abriría todas las jaulas para que nada quedase atrapado y sólo entonces saldría por la puerta de espigas, sin saber qué habría perdido o encontrado, con el pasado pisándome los talones, mi perra en el regazo y el futuro justo delante.
Ahí yace él al final, el converso de lecho de muerte, el Libertino que se hizo pío. No podía danzar a medias, ¿no es cierto? Si me daban vino lo apuraba hasta el poso y lanzaba la botella vacía contra el mundo. Si me mostraban a Jesucristo en su agonía me subía a la cruz y le robaba los clavos para mis propias palmas. Y así me voy, cojeando, del mundo, dejando mis babas sobre una Biblia. Si miro la cabeza de un alfiler, veo ángeles danzando, bueno, ¿os agrado ahora?¿Os agrado ahora?¿Os agrado ahora?¿Os agrado ahora?...
John Wilmot (The Libertine)
Etiquetas
miércoles, 28 de diciembre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario